martes, 19 de noviembre de 2019

Nos ha dejado José Pérez Clemente, conocido como Pepe “el canalla”, una persona, o todo un personaje

Su vida inspiraría cualquier relato de cine negro, letra para Joaquín Sabina, o quizás figurante en aquellos “callejeros” de los años ochenta de Eloy de la Iglesia.


Tratante en cualquier tipo de negocio, árbitro de fútbol de categorías inferiores, reventa de entradas junto con su compadre “el maño” en las principales plazas taurinas o en los estadios de fútbol en las grandes ocasiones, Pepe devoraba la vida siempre hasta el límite de donde se pudiera llevar, transitando sobre esa delgada y frágil línea en la que la amistad, el trato y el alboroque, marcaban un código de honor no escrito y sobre la que él caminaba como funambulista con pie firme, sin desmayos, y si en un momento dado tenía que “tirar de faca” lo hacía sin vacilar, para dejar claro que la albaceteña deja oír sus muelles cuando alguien no ha entendido bien de que va el asunto.

Compartí con él algunos momentos, ofreciéndome siempre el lado cordial de la moneda de su compleja y llena de aristas personalidad, y escuché en palabras suyas, en noches de madrugadas y puerta cerrada, aquellas historias inverosímiles que circulaban sobre él, corroborando aquella que sucedió en Cieza -cuya afición no disimulaba el odio africano que nos profesaban- en un partido de los locales contra el Albacete Balompié, en la que mi padre como periodista de “La Voz de Albacete” y Esteban Fidéu, de Radio Albacete realizando la cobertura informativa del encuentro “salvaron la vida” gracias a su decidida intervención al ser arrinconados por los aficionados murcianos para agredirles tras ganar 0-1.

Entre las muchas anécdotas que me contó como aficionado del club blanco, y seguidor en sus desplazamientos, hay una que yo ignoraba, y la situaba en los aledaños del campo de “Los Arcos” donde jugaba el Orihuela contra el Albacete Balompié, encontrándose a mi padre que se encaminaba a las puertas del estadio, y dirigiéndose a él le dijo:
  • Sr. Parreño, necesito una copa, un puro y una entrada para el fútbol.
Mi padre, que siempre le profesó cierta ternura y afecto le contestó:
  • Pepe, la copa y el puro te lo pago yo, y la entrada no te va a hacer falta porque vas a entrar conmigo como corresponsal del periódico.
No iban desencaminadas las cosas, porque en alguna ocasión, Pepe había mandado a “La Voz”  resultados de partidos de fútbol en la provincia y alguna que otra reseña de una corrida de toros imposible de cubrir por los limitados medios del diario.
     
Se jactaba de haber conocido grandes personajes y de haberles hecho “algún favor” de manera desinteresada. En su cartera llevaba fotografías algo deterioradas, y mostraba orgulloso alguna que sostenía lo  que acababa de contar, pero ya pasadas algunas horas desde la primera copa, afloraban sus demonios interiores y era entonces cuando se transfiguraba en el Mr Hyde que apoyaba su sobrenombre  de “el canalla”, mostrando esas cicatrices del alma que denotaban su agitada existencia, y haciendo nómina de cuantos se encontraban en deuda con él dejando claro que las cosas no iban a quedar de esa manera.

Despotricaba contra separatistas, violadores y gente que no sabía respetar ese código, siempre al filo de la navaja, que debe conocer cualquiera que transita por los callejones oscuros de la vida.

Descanse en paz Pepe “el canalla”, probablemente, a las puertas del cielo, llevaría en sus bolsillos la única entrada que había sacado en su vida.

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