Tenía ganas de hacer mi pequeño homenaje particular sobre Antonio Rojas, a tenor de su jubilación. Fotos tengo. Su trayectoria ya la hemos comentado por este humilde blog. Solo me falta algo que pueda ser interesante para el lector.
Me pongo a buscar. Tengo que encontrar algo bonito, la ocasión lo merece. Algo que aporte valor al aficionado de ayer y de hoy, algo que al maestro Rojas le agrade.
Y buscando, buscando, veo esto:
Albacete 11 de septiembre de 1970…
¡NUEVO EN EL ESCALAFÓN: ANTONIO ROJAS!
¡Lo encontré! O al menos, eso creo. Publicado en el Semanario El Ruedo, escrito por Jesús Sotos y fotografías de Antonio Mondéjar, aparece una pequeña entrevista a Antonio Rojas el día de su alternativa, en el hotel, antes de vestirse, lleno de ilusión. ¿Qué os parece? ¿Lo leemos?
-Familia modesta, pero muy honrada –apunta un amigo del torero. Las cinco y diez de la tarde del día 11 de septiembre, viernes, segunda corrida de toros y tercera de abono del serial taurino con motivo de las ferias y fiestas de la localidad; Albacete daba a luz un nuevo matador de toros. Se llama Antonio Rojas. Nacido en la mismísima capital manchega, de padres modestos –José y María se llaman; él, trabajador en un almacén de ladrillos; ella, sus labores-, es el tercer hijo en edad. El mayor también varón José. Le sigue Josefa, y la más joven es Olvido.
Antonio Rojas. Veinticuatro años. Pletórico de facultades. Posee un rostro aceitunado, cetrino, «como de un país sudamericano», según expresión exacta de Julio Estefanía. Cara de torero maduro. Tostado por mil soles y, posiblemente, por quinientas lunas, porque el ajetreo campero para robar aquí dos capotazos y allá tres pases a la noble becerra, o al toro borde, lo han curtido día a día, minuto a minuto.
Empezó en esto del toro siendo muy niño. Capeas por plazas de carros de Albacete y Cuenca. Escapadas a los tentaderos de Jaén. Vaivén de novedades. Jugaba en la noria del ser o no ser. Sufría. Pero siempre soñaba lo mismo: que un buen día se vestiría de luces. Lo logra al elegirlo para tal la Escuela Taurina Chicuelo II. Era el año 1965, en Albacete. Triunfa y vuelve a hacer el paseíllo tres tardes más en la plaza capitalicia. Muchas novilladas económicas. Llega el debut con caballos. En Casas Ibáñez fue la cosa, una tarde abrileña de 1968. Cuatro orejas y un rabo fue el producto de su éxito. Se presenta tras el triunfo, nuevamente, en la capital nativa y sale a hombros del paisanaje. Continúa luchando el torerillo. Quien lo ve habla bien de su corte, de sus maneras. Pero no surge la persona adecuada que sirva para darle el empujón verdadero...
-Ha sido el mayor inconveniente. No encontraba la persona que me lanzara…
-Pero al final te has salido con la tuya…
-Sí, estoy muy contento. En don Emiliano Miranda he encontrado todo: al apoderado, al amigo, a la persona sensata. Le estoy muy agradecido. Con sus deseos y mis ganas creo que voy a llegar lejos. He sufrido bastante y no estoy por la labor. Bueno; diga usted que eso ya está olvidado y que le doy por bien empleado. Además, también los toros me han proporcionado alguna alegría que otra…
Estamos en la habitación del hotel. Son las tres de la tarde del día de la alternativa, el gran día de Antonio Rojas. Un precioso terno blanco espera el momento. Le quedan dos horas para pasar del escalafón de la novillería al de los matadores de toros. Y está más tranquilo que el Guerra en sus buenos tiempos…
-¿En que piensas ahora mismo?
-En triunfar por todo lo grande. En comenzar a subir esta misma tarde el primer escalón que conduce a la cúspide de mi carrera.
-¿Qué es?
-Ser auténtica figura del toreo.
-¿No es arriesgado decir eso?
-Ni mucho menos. Me lo he propuesto y va a ser así. No puedo defraudar a mi familia, a mi apoderado y al paisanaje que ha creído en mí…
-¿Qué es lo último que te ha dicho tu madre al salir de casa?
-¡Qué quiere usted! Ya se lo figura…
-¿Y tú padre?
-Estaba triste y a la vez contento. El sabe muy bien que ésta es mi vocación y que cumpliré como bueno. Que aquí está, en los toros, el verdadero futuro feliz de todos. De momento ya he conseguido que mi padre no trabaje. Ya ha abandonado el almacén. ¿Se da usted cuenta, señor, que tengo que llegar a la cúspide?...
-Pero en los toros cuentas muchas facetas, Antonio…
-Lo sé. No importa. Sé torear y soy valiente. Venceremos todos los obstáculos.
-¿Qué esperas de esta tarde de alternativa?
-El momento más feliz de mi vida.
Están con él, en la habitación, su fiel mozo de espadas y un par de amigos. Antonio Rojas sonríe. Se queda fijamente mirando el vestido que va a lucir. Luego desvía la vista a las imágenes de su devoción colocadas en la mesita. Me pregunta finamente:
-¿Qué hora es?
-Las cuatro menos cuarto.
La hora de comenzar a vestirse. Nos despedimos…
-Diga usted en EL RUEDO que voy a triunfar…
Las siete y veintitrés minutos en punto de la tarde. Antonio Rojas iba a hombros calle abajo, camino del hotel. Había cumplido su promesa.
Las once de la noche: en Albacete sólo se habla de la gran lección que ha dado su flamante diestro. Y también -¿por qué negarlo?- de la ofrecida por el padrino, S. M. El Viti, y el testigo Ángel Teruel.
Antonio Rojas recibía la enhorabuena. Era un mar de alegría.
Jesús SOTOS / Fotos Mondéjar
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